sábado, 30 de abril de 2011

NOTICIAS

Nunca me costó tanto llegar a destino, pero parece que al destino no se le complica abordarme cuando lo cree necesario.

Llegué a Córdoba por casualidad, la ruta era maravillosa, el clima acompañaba mi andar, pero no siempre todo es perfecto y las máquinas suelen fallar tanto como los hombres.

Creo que faltaban pocos minutos para el mediodía cuando tuve la necesidad de consultar a un entendido en el tema, no fue tarea sencilla buscar un mecánico en una inmensa ciudad en la cual jamás había estado antes, era como, quien dice, buscar una aguja en un pajar.

Si hay algo que aprendí viajando es que preguntando siempre se llega y fue así, pregunta a uno y otro, unas cuantas vueltas por calles desconocidas, más preguntas, “buen día señor”, “disculpe señora”, “eh, muchacho”, uf cuantas vueltas para encontrar un lugar que no sabemos en dónde queda. Finalmente di con la persona indicada.

Gustavo aseguró que el problema podría variar de leve a grave, pero para saberlo tendría que desarmar algunas cosas, para ello no menos de dos días serían necesarios. De aquí en más es una cuestión de confianza ciega, dejar el auto en un lugar desconocido con el aliciente de venir de una ciudad aturdida con la inseguridad y la desconfianza. ¿Cuál es la otra opción? No hay otra opción, es esta la única que hay y no queda más que tomarla.

La primera noche fue terrible, no se puede dejar de pensar en lo que podría suceder. La imaginación y las situaciones posibles empiezan a circular, no sólo en mi cabeza, todo aquel que sabe y se entera de los hechos también pone su cuota. Las pocas horas dormidas son invadidas por sueños bastante sugestivos: robos, incendios, choques, destrucción total, el seguro no responde…

Así y todo por la mañana me encargo de conseguir un mapa y recorrer los puntos más destacados de la ciudad: museos, ruinas, bares, edificios emblemáticos, iglesias. Aunque, en todo momento, sigue presente, como un recuerdo recurrente, cuál será la relación de Gustavo (?) y el auto, si es que éste último aún existe, si es que en el momento oportuno, y luego de tantas vueltas, encuentro el camino por dónde llegar a encontrarlo. No suele ser sencillo, de hecho no lo fue, como dije antes, cada persona que se entera de la realidad aporta un nuevo miedo a mis días, y entonces llegan las preguntas y las supuestas y posibles situaciones.

Gustavo me dio una tarjeta con sus datos, me dibujó un croquis de cómo llegar al taller, me anotó qué colectivo me lleva hasta la esquina de su casa. La desconfianza generada por los nuevos y los viejos conocidos es proporcionalmente creciente a medida que transcurren las horas y los comentarios. Y si entonces los datos de la tarjeta son falsos, y si tomo el colectivo indicado y nunca encuentro el taller, y si llego al lugar y ya no hay ni auto, ni taller, ni Gustavo trabajando, y si y si y si…

De todas maneras oculto mi ansiedad y dejo pasar el tiempo estipulado. A la mañana siguiente pregunto en dónde es la parada. Entonces, por la tarde, como habíamos quedado, me subo al colectivo, me siento en el anteúltimo asiento del lado de la ventanilla, observo cada detalle del viaje, intento reconocer casas, esquinas, negocios y simultáneamente pienso las posibles reacciones si se cumpliera alguna de las situaciones pensadas anteriormente. Me acerco cada tanto al chofer y le pregunto por la dirección, que si falta mucho, que si es el transporte correcto, que por favor me avise y mientras tanto se oscurece la zona y veo cada vez menos y los temores asechan cada vez más y se me vienen a la cabeza los noticieros, los carteles rojos de Crónica, y robos y asaltos y asesinatos, y vuelvo a acercarme al chofer, ya con miedo de haberme pasado, pero no, me dice que en la parada siguiente.

Bajo del colectivo, camino hasta la esquina, cruzo, estoy a media cuadra, sale una luz desde el taller, se refleja en la vereda. Gustavo está allí afuera, me ve venir, entra al taller. “Todos mis miedos se hacen realidad”, pienso. Miro para todos lados, observo hacia dónde voy a ir, a quién le voy a pedir ayuda, vuelven Crónica y TN y C5N y música de flash y hasta escucho al locutor diciendo la noticia. Me paro en la puerta del taller, el sudor me corre ya por el cuerpo, de repente aparece Gustavo.

“Hola”, me saluda, me estrecha su mano, “lo tuyo está listo”, afirma. Me dice cuánto es, saca el auto, me entrega las llaves y en 15 minutos estaba otra vez en la ruta. “Y así vivimos, siempre creyendo en lo que dicen las noticias”, reflexioné.